domingo, 27 de octubre de 2013

¿Cómo podía Jesús ser Dios y hombre a la vez?



Es innegable que la encarnación implica misterio más allá de la comprensión humana. ¿Cómo pudo el Dios eterno, infinito, Creador de todas las cosas, convertirse en un ser finito con limitaciones y debilidades humanas? Aunque no podemos entenderlo, la Biblia nos pide claramente que lo creamos. Las Escrituras declaran que Jesús, el Mesías, es verdaderamente tanto Dios como hombre.
Jesús mismo declaró claramente su preexistencia y deidad cuando dijo:

  • De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy (Juan 8:58).

En Marcos 2:1-12, Jesús proclamó su autoridad para perdonar el pecado, y en Mateo 25:31-46, Jesús declaró que juzgará al mundo. Sus enemigos entendieron el significado de estas afirmaciones. Ellos dijeron:

  • ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios? (Marcos 2:7).

Por consiguiente, querían crucificarlo, específicamente por la acusación de blasfemia. Ellos dijeron:
Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios (Juan 19:7)
Y cuando sus enemigos exigieron que Jesús dijera si era o no el Cristo, Él contestó:

  • Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo (Mateo 26:64).

Aunque hay numerosos pasajes en todo el Nuevo Testamento que se refieren a la deidad de Cristo, muchos también se refieren a su humanidad. Por ejemplo, en el primer capítulo de su Evangelio, el apóstol Juan declara tanto la deidad de Cristo   como su humanidad.
Por medio de su Hijo, Dios compartió el sufrimiento de sus criaturas. Hasta experimentó sus tentaciones:

  • Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15).

Aunque reconocemos la naturaleza paradójica de la afirmación de que la segunda persona de la Trinidad, el Hijo eterno de Dios, se hizo verdaderamente humano, no podemos negar la verdad de este acontecimiento sin rechazar el significado llano de las Escrituras. Filipenses 2:5-11 nos dice cómo Cristo, voluntariamente, renunció al ejercicio independiente de sus atributos divinos. Lo hizo para ser el gran Sumo Sacerdote “que fue tentado en todo según nuestra semejanza” (Hebreos 4:15). De alguna manera, el Verbo se hizo carne, asumiendo voluntariamente un papel subordinado al Padre.
Una de las afirmaciones más fuertes de las Escrituras sobre la encarnación se encuentra en 1 Juan 4:2-3:

  • En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.

Muchas de las batallas dentro de la Iglesia en los primeros 400 a 500 años de existencia estuvieron centradas en la necesidad de definir la relación entre las naturalezas divina y humana de Cristo. La mayor batalla de la Iglesia acerca de este asunto ocurrió cuando los 3 intentaron definir la naturaleza divina de Jesús de una forma que la distinguía y separaba del Padre. Los arrios sostenían que el Padre es eterno, pero el Hijo no. Enseñaban que aunque el Hijo es el mayor de todos los seres creados, y además el Creador del mundo, no es “de la substancia de Dios”.
Providencialmente, el partido encontró un dedicado oponente en Atanasio de Alejandría. Éste razonaba que si Jesús no fuera verdaderamente Dios, su muerte no podía tener el infinito valor necesario para expiar los pecados del mundo. Este argumento a la larga proporcionó las bases para la victoria de la posición ortodoxa de que Cristo posee dos naturalezas, una divina y otra humana, unidas en una persona. Es Dios y hombre, no mitad Dios y mitad hombre. Es tan humano como si no fuera Dios; y tan Dios como si no fuera humano.