Los
apóstoles y primeros cristianos, siendo impactados por la Persona de
Jesucristo, impregnados por su mensaje, aprehendidos de su ejemplo, y
revestidos de sus enseñanzas... sí tuvieron algo que decir al mundo de aquella
época: «Iban por todas partes anunciando el evangelio» (Hechos 8:4). El
mensaje de Cristo, en las primeras etapas de la iglesia primitiva, fue creído y
vivido como una experiencia de fe auténtica; y, como resultado lógico,
anunciado a los demás.
El mismo
apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, desarrolla una reflexión lógica
dirigida a todos los creyentes: «Porque todo el que invocare el nombre del
Señor Jesucristo, será salvo. ¿Cómo invocarán a aquel en el cual no han
creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo
oirán sin haber quien les predique?» (Romanos 10:13,14). Según el texto
bíblico, la evangelización conlleva tres grandes vías, las cuales dirigen a la
salvación de la persona que recibe el mensaje: El «escuchar», el «creer», y el
«invocar» al Señor Jesús… No obstante, para que se origine este proceso, es
necesario que alguien, como hemos leído, les presente el mensaje. «Hablar» es
una de las acciones que utilizamos para comunicarnos; por lo que, si los
cristianos permanecemos en silencio, entonces: ¿Cómo oirán sin haber quien les
predique? Por tal motivo, principalmente, resaltamos la gran necesidad que hay
de proclamar al mundo quién es Jesucristo y cuál es su obra; quiénes somos los
cristianos y qué es lo que creemos. Es preciso, al tiempo, denunciar –con amor–
el pecado de los hombres, anunciar –con valor– el arrepentimiento, y presentar
–con justicia– la salvación a los perdidos. Se hace necesario, además, avisar
del destino final que le aguarda a la Humanidad que vive separada de Dios; y,
sin más dilaciones, comunicarles las buenas noticias de salvación.
Seguidamente, habremos de presentar un proyecto de vida que dé sentido y
orientación al ser humano, conforme a los principios del Reino establecido por
Jesús.
Si
por el contrario a lo dicho, no nos interesa, en manera alguna, ganar almas
para Cristo, tal vez sea ésta una señal de que hemos perdido el sentido central
de nuestra vocación cristiana.
Dios
le Bendiga.